Anne De Naeyer fue enfermera de cirugía general en su Bélgica natal, en un hospital de la sanidad pública de Lovaina. Por motivos sentimentales, se instaló en Barcelona en 1966. Tardó unos cuantos años en regresar a su querido oficio de enfermera. Militó en el FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota) hasta que un día le dijeron que debía llevar pistola. Se negó. Pero esta militancia le costó a ella, y a su pareja, un año largo de exilio preventivo. Se refugiaron en Bélgica cuando en 1974 cayó su célula.
De regreso, no pudo volver al hospital de la Cruz Roja donde había trabajado y lo hizo en una guardería laboral de Bellvitge. “Era un nuevo modelo, pensado para hijos de obreros. Abríamos a las seis y media y se cerraba a las 19.30”. Fue entonces cuando, abandonada la militancia política, empezó a colaborar en la asistencia a mujeres que necesitaban abortar. Una nueva, inevitable clandestinidad.
Junto con su amiga Nieves Simal, se incorporó a un grupo de mujeres, algunas enfermeras, que difundían información sobre el aborto y la anticoncepción. Una de las fundadoras de este grupo fue Marcel·la Güell. “Empezamos dando charlas en los barrios, queríamos que las mujeres conocieran su propio cuerpo”, explica Güell. El grupo, cobijado por una asociación universitaria, participó en las Jornades Catalanes de la Dona, del 76, donde se reclamó una sexualidad libre, el derecho al divorcio, a la anticoncepción y al aborto dentro de una tupida lista de discriminaciones de la mujer y prohibiciones. Una agenda feminista que, entonces, no estaba entre las prioridades de los partidos políticos cuya máxima urgencia era construir el armazón de la joven democracia, comenta. Finalmente, el grupo tuvo apellidos: DAIA (Dones per l’Autoconeixement i l’Anticoncepció). Y abrieron un local, primero en Còrsega y luego en Casp, éste compartido con la Coordinadora Feminista, donde daban charlas. «Aunque muy al principio pretendimos que fuera un grupo mixto,únicamente un hombre colaboró con nosotras. Muy pronto nos definimos como grupo feminista». Estas sesiones informativas eran colectivas, podían atender a 200 personas en un día. “Quien buscaba información concreta para abortar tenía primero que participar en estas charlas colectivas para que tuviera conciencia de que su problema era el problema de muchas mujeres”.