Hace unos días, en un evento al que acudí en Londres había un cartel que rezaba: «Por favor, evite saludar con un apretón de manos». A pesar del creciente estado de ansiedad en el que nos encontramos sumidos debido al coronavirus, para muchos de los que allí nos reunimos fue la primera vez que nos topábamos con un requerimiento semejante. Bajo la petición se podía observar una pequeña imagen de dos manos carentes de cuerpo agarrándose, enmarcadas en un círculo rojo atravesado por una línea diagonal.

Resulta más sencillo pensar en la idea de tener que evitar un acto tan habitual que ponerla en práctica. El apretón de manos es algo que a muchos nos sale de forma automática. Fui instruido en el arte que incluye este saludo a muy temprana edad, en mi infancia en Estados Unidos. Tenía alrededor de 10 años cuando mi padre tuvo a bien ilustrarme: «En primer lugar, debes establecer contacto visual. Nadie quiere que le dé la mano alguien con la mirada ida, como un pez muerto». Agarré su mano con toda la firmeza de la que pude hacer acopio, con mi enclenque muñeca y mis diminutos dedos atenazados por la presión y mis ojos clavados en los suyos.

Desde entonces, la coreografía que acompaña al apretón de manos no ha dejado de fascinarme: contacto visual decidido, leve asentimiento con la cabeza en señal de reconocimiento, ligero paso hacia delante y, por último, extensión de la mano derecha en un movimiento fluido antes de asir la mano del interlocutor imprimiendo la cantidad precisa de fuerza.

Buena voluntad

El apretón de manos se ha considerado tradicionalmente un gesto que establece una conexión positiva entre dos personas. Es uno de los principales movimientos y gestos mencionados por Henry Siddons en su obra Ilustraciones prácticas de acción y gesticulación retóricas. Publicado en 1807, se trata de un manual de gestos diseñado para el disfrute de los actores ingleses,

 » Leer más