Drama porque el corte de pelo no era el esperado, porque un chico le ha hecho un comentario desafortunado o porque no sabe qué ponerse para salir una noche. Esa es la intensidad emocional de una época caracterizada por un ingente baile de hormonas. Si en el anterior artículo decíamos que los cambios de humor en los chicos se deben a la testosterona y la vasopresina, en el caso de las chicas los responsables son los estrógenos y la oxitocina, fundamentalmente.

La revolución de las hormonas femeninas tiene un por qué. La biología, y la construcción social, las está preparando para el desarrollo de unas fortalezas que tendrán a lo largo de su vida: la capacidad para comunicarse, para formar lazos sociales y para cuidar de las personas. Eso no significa que no sean competitivas o agresivas, que no disfruten jugando al ajedrez o programando, sino que su cerebro va a ser más vulnerable a las relaciones sociales. Como apuntaba Óscar Marín, biólogo y director del Centro de Trastornos del Neurodesarrollo en el King’s College de Londres, en una entrevista a este periódico, aunque “hay una base biológica que subyace a algunas de nuestras diferencias”, también hay “una parte muy importante de nuestro comportamiento que tiene sus raíces en nuestra cultura, nuestra educación, etcétera. Somos una especie social”.

En este contexto, la neurocientífica Louann Brizendine asegura que una adolescente da mucha importancia a gustar y relacionarse socialmente, mientras que un adolescente persigue más ser respetado y ocupar un lugar privilegiado en la jerarquía masculina. ¿Cómo podemos tener una mirada más amable con quienes están atravesando esta época que es mezcla de naturaleza y de estereotipos? Vamos a intentarlo apoyándonos en el libro El cerebro femenino, de la profesora de la Universidad de California, San Francisco.

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