El jueves 6 de febrero, alrededor de las siete de la tarde, David Olabarri cogió el coche para ir con su hijo a San Mamés a ver las semifinales de la Copa del Rey de fútbol, Athletic-Barça. Dos horas después estaba metido en un vertedero de basura que le llegaba hasta las rodillas, en la oscuridad, entre un olor intenso y gritos y más gritos que llamaban a dos personas desaparecidas, Joaquín Beltrán y Alberto Sololuze. Olabarri, periodista de El Correo, tardó días en hacer desaparecer el olor de su perro. Un olor que entonces, ese día en el que la montaña tembló y precipitó a los dos lados medio millón de toneladas de residuos, nadie identificó. “No era un olor a mierda, a basura… Era a metal, fortísimo. Ni siquiera olía mal, pero olía mucho. Se te metía en el cerebro”, dice. Lo despertaron a las cuatro de la madrugada para decirle que había estado metido en toneladas de amianto, una sustancia tóxica que en niveles muy elevados, y tras una exposición prolongada, puede causar graves enfermedades. No es el caso de Zaldibar, pero se dispararon las alarmas. “Recuerdo que los perros se agotaban buscando, tenían que descansar para coger aliento”, cuenta Olabarri.

“Lo que nos encontramos fue dantesco”, dijo el jueves, en el Ayuntamiento de Zaldibar, Asier Urrutia, miembro de la Unidad de Rescate de la Ertzaintza. “Acudimos como si fuese un accidente normal, sin tener toda la información”. De hecho, los agentes llegaron con los perros y sin ninguna protección, salvo un casco. Así, trabajaron con sus manos, con palas y rastrillos buscando contrarreloj a Beltrán y Sololuze tras creer, en un primer y segundo momento, que los desaparecidos eran siete y seis. Tras el derrumbe, que duró dos minutos, fueron todos gritando para dar señales de vida y tranquilizar a sus compañeros. Menos dos. Y a la una de la madrugada se dio orden de parar la búsqueda tras confirmar el Gobierno vasco que en el vertedero había amianto. ¿Por qué a la una de la madrugada?,

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