Da igual cuantas veces se someta al escrutinio público. Sus asesores ni se inmutan. Saben que su jefe es una piedra tan inmune al coronavirus como a los ataques o provocaciones políticas. En estos más de dos meses ha narrado de forma monocorde, casi somnífera, cómo España se dirigía hacia el final del túnel tras doblar la ‘curva’. Ese mismo tono plano con el que Salvador Illa leería la lista de la compra es el que el ministro utiliza para responder a las invectivas de sus oponentes o para dejar sin contestar, y sin despeinarse, cualquier pregunta embarazosa sobre la crisis sanitaria.

En su departamento, los que menos le aprecian, le apodan ‘El triste’ e insisten en que nunca se le ha visto esbozar una sonrisa. Pero los que más le conocen le llaman ‘El hombre tranquilo’ y dicen que, incluso, bromea. Los que le apoyan le agradecen sobre todo su «lealtad» por haberse arrogado el papel de «coraza» para que la avalancha de críticas en esta crisis –«la más grave de los últimos cien años», como a él le gusta recordar de cuando en cuando– no haya llegado a los funcionarios o se haya expandido como un virus desbocado entre los responsables sanitarios.

Con la nueva prórroga del estado de alarma, Salvador Illa (La Roca del Vallés, Barcelona, 1966) pasará a ser durante al menos dos semanas el hombre con más poder de España después del presidente del Gobierno. Una situación totalmente imprevista y nunca deseada o esperada por este político sin ganas de protagonismo.

Directo | Así avanza la lucha contra el coronavirus

A Illa lo nombraron ministro de Sanidad el 13 de enero de este año cuando el término coronavirus era solo un palabro lejano que únicamente provocaba algunos problemas en la Wuham, la capital de una desconocida provincia de Hubei, el centro de una muy lejana China.

En principio, el puesto parecía un verdadero ‘balneario’.

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