En la novela Cero K (Seix Barral), el escritor norteamericano Don DeLillo nos presenta a un personaje que es inversor principal de un centro científico -situado en Kazajistán- donde se realizan “suspensiones vitales”.

La nanotecnología, aplicada a la regeneración celular, va a servir para suspender los cuerpos enfermos hasta que se descubra la cura de su mal. Todo es una cuestión de tiempo, parece decirnos DeLillo en su novela; una ficción científica que desafía el sentido común y donde se nos invita a reflexionar acerca de la relación entre la vida y la muerte, y cómo dicha relación se puede romper a favor de la vida, haciéndonos inmortales. Porque las buenas novelas -al igual que los avances científicos- siempre desafían el sentido común.

En la novela Cero K, la realidad deja de convertirse en hipótesis para hacerse veraz desde el momento en que DeLillo se inspira en esa misma realidad, que retuerce y presenta como ficción. Porque el centro científico de Kazajistán en realidad existe, está en Arizona y se llama Alcor Life Extension. Es una fundación donde se practica la criónica o preservación de cadáveres en nitrógeno líquido a la espera de nuevos avances científicos que los devuelvan a la vida.

Bien mirado, la invención de la rueda o del ferrocarril han sido retos de lo imposible en distintas etapas de nuestra civilización, de igual forma que lo han sido los viajes espaciales o Internet. Quién podría imaginarse, hace no muchos años, que algún día podríamos leer las noticias del periódico a tiempo real desde una pantalla táctil. Cada invento, cada avance no es otra cosa que el anhelo de salirnos fuera de nosotros mismos, de escapar de nuestro cuerpo; una especie de viaje astral que nos desplaza sobre la curvatura del espacio-tiempo hasta trasladarnos a otra dimensión.

Cada invento, cada avance no es otra cosa que el anhelo de salirnos fuera de nosotros mismos, de escapar de nuestro cuerpo

Condicionar nuestro destino siempre ha sido la primera misión de la ciencia y,

 » Más información en elpais.es