El estrés, la actividad física, la dieta y la medicación son factores que condicionan la presión arterial. Por lo tanto, pueden variar según cada persona. Además, hay otros factores ambientales y estacionales que afectan a la tensión, como puede ser el clima: no es lo mismo hacer senderismo a 30 °c, que estar a 10 °c disfrutando de una taza de chocolate caliente.

«La presión arterial es generalmente más alta en invierno y más baja en verano. Esto se debe a que las bajas temperaturas hacen que los vasos sanguíneos se estrechen temporalmente. De este modo, aumenta la presión arterial porque se necesita más presión para hacer circular la sangre por las venas y arterias que se han estrechado», advierten desde la Clínica Mayo.

La tensión también puede verse afectada por un cambio repentino en los patrones meteorológicos, como un frente o una tormenta. El cuerpo (y los vasos sanguíneos) pueden reaccionar a los cambios abruptos de humedad, presión atmosférica, nubosidad o viento de la misma manera que reacciona al frío: «Estas variaciones en la presión arterial relacionadas con el tiempo son más frecuentes en las personas mayores de 65 años», añaden.

También debemos tener en cuenta que en invierno solemos hacer menos ejercicio —con su correspondiente subida de peso— y, en vacaciones, medimos menos el consumo y la ingesta de sal en los alimentos.

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