La conducción puede ser un buen símil de la vida. Es un ejercicio individual, llevas el volante, eliges carreteras secundarias o autopistas, actúas ante las señales de peligro… Y tienes un objetivo, llegar a tu destino. La lectura metafórica puede ser más o menos optimista, y ahí entra la psicología para avisarnos de que el espejo retrovisor, entendido como la mirada hacia el pasado, puede no ser el mejor de los aliados.
En 2004, una película de Michel Gondry, ¡Olvídate de mí!, marcó a una generación mostrando la ruptura de una pareja que se sometía al experimento de borrar los malos recuerdos de la relación que habían mantenido. Un guion que cautivó a mucha gente y también a Hollywood (se llevó el Oscar) porque se podía sentir fácilmente la identificación: a veces el pasado puede doler tanto que preferirías borrarlo.
El espejo retrovisor nos permite visualizar lo que está detrás del coche, objetos y personas que pueden poner en peligro una buena conducción y, por ende, nuestra vida. En la conducción vemos a través de este dispositivo un momento que discurre en paralelo, pero en términos temporales lo que sucede es un momento posterior, es pasado.
De esta metáfora surge un síndrome cuyo síntoma clave en la persona que lo padece es la incapacidad para liberarse de experiencias y/o personas traumáticas del pasado.