A finales de la década de los sesenta del siglo pasado, el psicoanalista inglés John Bowlby planteó la teoría del apego. De forma muy resumida, su hipótesis se basó en que el vínculo afectivo entre cuidadores (normalmente padres y madres) y un niño o niña, tiene un peso importante y específico en su desarrollo como futura persona adulta. Tanto es así que influye incluso en sus relaciones sentimentales.

La teoría de Bowlby fue recogida y ampliada por la psicoanalista estadounidense Mary Ainsworth, quien establecería tres tipos diferentes de apego: seguro, inseguro-evitativo e inseguro-ambivalente, estos dos últimos marcados por la falta de atención sufrida por el niño, lo que le hace generar niveles de angustia y desconfianza de forma gradual.

Esta teoría psicoanalítica ve vinculante estas experiencias vividas en la niñez con aspectos tan complejos de un ser humano como la personalidad, la identidad y también con la forma en la que gestionamos las relaciones interpersonales en la edad adulta, entre ellas la de pareja. Aquí entra en juego el denominado coloquialmente apego ansioso: como su propio nombre indica, se traduce en comportamientos poco sanos determinados por miedos infundados, ansiedad y dependencia con respecto a la otra persona.

Bowlby y Ainsworth defendieron que las interacciones con nuestros cuidadores en la primera niñez definen estructuras de conocimientos o modelos operantes internos que regulan ese sistema de apego.

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