El jengibre ya no es un desconocido en las cocinas y casas de España. Ha pasado de ser un condimento exótico, caracterizado por su aroma y su sabor, a ser valorado también por sus cualidades también terapéuticas, muchas de ellas desconocidas. Su efecto antiinflamatorio quizás sea el beneficio más conocido, pero hay más.

Planta de la familia de las zingiberáceas, lo que reconocemos como jengibre es básicamente su tallo subterráneo, es un rizoma horizontal. Procedente de bosques tropicales, principalmente India, China y otros países del sur de Asia, llegó a Europa siglos atrás y su consumo se ha documentado en la época del imperio romano.

Los platos de la cocina asiática son los que más fácilmente pueden familiarizarse con el jengibre. Su fuerte sabor impregna muchas recetas de esta gastronomía, que saca partido de los rizomas conservándolos en vinagre o bien empleándolo como un ingrediente más.

El rizoma no solo es apreciable por por su olor y sabor sino que presenta además todo un abanico de importantes nutrientes que van desde los carbohidratos a la proteína, pasando por las vitaminas (C, E, B1, B2, B3, B5, B6) y minerales como el calcio, el hierro o el manganeso. A esto hay que añadir que un 79 por ciento de su composición es agua.

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