Claramente existen dos órganos sexuales por excelencia, la piel y el cerebro. Por supuesto, los genitales se ocupan del acto sexual en sí, pero sin los dos primeros, la excitación y el placer son casi imposibles. La piel es un enorme sensor que detecta todo lo que está a nuestro alrededor o en contacto con nosotros. Informa continuamente y escanea lo que nos rodea, y lo trasmite al cerebro, que procesa la información y envía las ordenes necesarias. Si un objeto cortante se pone en contacto con nuestra piel, nuestros detectores informan al cerebro y este da una orden a los músculos para que nos apartemos.
Para eso contamos con unos corpúsculos que tapizan nuestra epidermis. Unos reaccionan al tacto suave, como los de Meissner, otros al estiramiento o al calor como los de Ruffini, o los de Pacini a la presión y las vibraciones. Y las estrellas de la fiesta del sexo son los corpúsculos de Krause. Su localización está en las capas profundas de la piel y las mucosas, y tienen unos primos más especializados en las zonas genitales que son especialmente sensibles a las vibraciones.
Curiosamente, y en contra del mito de que los hombres disfrutan más del sexo, son las mujeres las que tienen más de estas terminaciones del placer. Se supone que en el clítoris hay de 8.000 a 10.000.