En una sociedad en la que la búsqueda del bienestar y el placer instantáneo se han convertido en prioritarios, es fácil caer en la tentación de buscar atajos para sentirse mejor. Sin embargo, cuando hablamos de recurrir a fármacos o drogas, es crucial entender la compleja interacción cerebral de la serotonina.

La serotonina, o 5-hidroxitriptamina (5-HT), es un neurotransmisor que ha merecido el nombre de “hormona de la felicidad” por su papel en la regulación del estado de ánimo, el sueño y el apetito; en definitiva, porque ayuda a mantener un estado emocional equilibrado, aunque no siempre sea tan estimulante como sugiere su apodo.

En el cuerpo humano, el 90 % del total de la serotonina se encuentra en el tracto digestivo y en los trombocitos o plaquetas. El resto reside en las neuronas. Aunque su biosíntesis a partir del aminoácido triptófano tenga lugar en los intestinos y en el cerebro, es importante subrayar que no puede atravesar la barrera hematoencefálica (sistema que impide la llegada de sustancias potencialmente dañinas al cerebro y el sistema nervioso), por lo que el cerebro debe producir toda la que necesite consumir.

Por eso, los tratamientos para la depresión y otras afecciones mentales no suministran serotonina directamente, sino que desencadenan reacciones para aumentar sus niveles en el cerebro modificando el comportamiento de las denominadas neuronas serotoninérgicas,

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