Jose Coronado es un hombre inquieto por naturaleza, le cuesta estar parado y dejar de maquinar, pero la vida le dio un revolcón en forma de infarto de miocardio en abril de 2017 y aprendió a poner orden a sus prioridades. Cuando salió del hospital tras cuatro días escasos ingresado, lo hizo con una sonrisa y agradeciendo su interés a los medios apostados en la puerta. Se disculpó con los espectadores del teatro en el que estaba representando una obra que tuvo que ser suspendida, agradeció al centro en el que le operaron de urgencia y al SUMMA su “impecable atención” y se retiró a su casa para terminar de recuperarse.

Este miércoles asistió al estreno en Madrid de Dolor y Gloria, la nueva película de Almódovar, y sin complejos, casi como si se tratara de una misión de concienciación para el resto de los estresados mortales de esta sociedad cada más agónica, habló de su nueva vida tras incorporar un stend a una de sus arterias. Lo dijo en una entrevista con este periódico el pasado mes de agosto y lo ha repetido esta semana: se llevó un susto pero se lo terminó tomando como “una bendición”. “Lo único que hizo el infarto fue que me cuidase más y que valorase más la vida e incluso que sea más feliz”, ha dicho el actor.

La negra tormenta que le llevó al hospital trajo consigo una depresión que él mismo ha calificado “de libro”, de esas de las que no se escapa casi nadie que pasa por un episodio de este tipo y también la necesidad de estar consigo mismo una temporada. Una etapa de la que ha hablado sin complejos “por si puede ayudar a más gente”, en la que encontró bálsamo en sus dos hijos: Nicolás, de 31 años, fruto de su relación con Paola Dominguín, y Cadela, de 16, a quien tuvo con la actriz Mónica Molina. “Ahora sólo quiero alegría a mi alrededor. Y también, que venga lo que sea,

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