Fue Sigmund Freud quien dijo que “el que se considera un escéptico hará bien en mirar de vez en cuando su escepticismo con escepticismo”. Sin embargo, el escepticismo – definido por la RAE como la “desconfianza o duda de la verdad o eficacia de algo”- también es valorado por los expertos como una poderosa herramienta para enfrentarse a determinadas situaciones.

Pero antes de ahondar en ello, ¿cuál es el origen de esta corriente de pensamiento? El término escepticismo, etimológicamente, proviene del griego y está formada por la palabra ‘skeptikós’ (traducido como ‘el que examina’) y el sufijo ‘ismo’, que indica que se trata de una doctrina, teoría y sistema.

Su origen, por tanto, lo encontramos en la antigua Grecia y el primer pensador que desarrolló esta corriente filosófica fue Pirrón de Elis entre los siglos IV y III antes de Cristo. Influenciado por los gimnosofistas, filósofos indios que practicaban el ascetismo, Pirrón defendía la duda porque creía fervientemente que el ser humano no dispone de capacidad suficiente para encontrar verdades absolutas.

Hoy en día, el escéptico sigue defendiendo los mismos principios. Es aquella persona que no se cree o que pone en duda todo lo que le cuentan. Por su parte, en el campo científico el escepticismo es sinónimo de empirismo: para demostrar la veracidad de las cosas han de ser probadas a través de la investigación.

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