En el idioma inglés existe una expresión que dice ‘ignorance is bliss’. Se trata de una reflexión muy antigua, transversal a muchas culturas y pensadores: la de que, de alguna manera, el saber, el conocimiento y la voluntad de hacerse preguntas más allá de lo aparente arrebatan la posibilidad de una vida sencilla y feliz. Que, en cierto modo, lo que damos a llamar ‘inteligencia’ (o, más recientemente, ‘inteligencias’) es una suerte de maldición que otorga un gran potencial, pero condena a la desdicha a aquel sobre el que recae.
Sin embargo, las ramas del saber que trabajan con estos dos conceptos fundamentales (‘inteligencia’ y ‘felicidad’) se han preguntado por mucho tiempo si esto es realmente así. Y, como suele ocurrir, parece que la realidad es mucho más compleja.
La inteligencia, un concepto difuso
Quizás, un buen punto de partida para abordar el dilema es delimitar con claridad qué entendemos por dos ideas tan sumamente abstractas como son la inteligencia y la felicidad.
Tal y como explica a 20Minutos Francisco Camino, psicólogo especializado en neurociencia y en trastorno obsesivo compulsivo (TOC) y trastornos de ansiedad, «se consideran sujetos con altas capacidades intelectuales todas aquellas personas con unos índices superiores a la media en cognición«.
La principal dificultad, así,