Pasan las navidades, se acaban las vacaciones, y cuando pensamos que ya hemos vuelto totalmente a la rutina, llega la sorpresa inesperada: una caries que nos arruina las primeras semanas del año. No nos ha avisado con dolores previos, no hemos visto manchas ni hemos tenido sensaciones extrañas y de repente hay que ir de urgencia al odontólogo. ¿Qué ha pasado? Hay una explicación muy sencilla en la que no caemos.
Las celebraciones se caracterizan por comidas copiosas en las que abundan alimentos que normalmente no están presentes en nuestra dieta y que significan dosis extras de grasas y azúcares. Excesos que identificamos claramente en los alimentos, ¿pero sucede lo mismo con las bebidas? Nos cuesta más ver el efecto, de ahí la alerta de los profesionales de la salud bucal sobre el alcohol.
Brunchs, comidas, cenas… Hay jornadas navideñas en las que la ingesta de comidas prácticamente se encadena, hay un picoteo casi constante y a esto hay que sumar que no nos cepillamos los dientes con la regularidad debida. Al azúcar de los alimentos hay que añadir el de las bebidas, con lo que se crea un ambiente ácido en la boca que erosiona el esmalte. Vinos, refrescos, copas, licores… Combinaciones que no son la mejor noticia para nuestros dientes.