El aprendizaje que tiene lugar en los primeros años de nuestra vida, en los que desarrollamos algunos de los conceptos más básicos para dar sentido al mundo que nos rodea, es un proceso único en la naturaleza. Es en esta fase cuando determinamos, por ejemplo, que las cosas no dejan de existir cuando dejamos de percibirlas; también, es cuando comenzamos a separar lo que es posible y lo que no.

Esto último es lo que acaba de descubrir el primer trabajo científico en documentar que los niños distinguen entre eventos posibles e imposibles, y que de hecho después de experimentar ‘situaciones imposibles’ aprenden mucho mejor.

Sorpresa ante lo ‘imposible’

Como publican los autores del hallazgo en la prestigiosa revista científica PNAS, lo que buscaban era descifrar si los niños más pequeños ya piensan en estos términos antes de desarrollar el lenguaje necesario para darles nombre. Para ello, diseñaron un curioso experimento: reclutaron a un grupo de bebés de entre dos y tres años de edad y les mostraron una máquina de bolas de chicle llena de juguetes. Mientras que una parte de ellos sólo vio juguetes morados, otra vio juguetes mayoritariamente morados pero también alguno rosa.

Cuando se les dio una moneda para extraer un juguete de la máquina,

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