El sistema sanitario británico (el NHS) y el Gobierno del Reino Unido encubrieron miles de transfusiones de sangre contaminada en el país durante décadas, después de que las víctimas fueran expuestas a riesgos «inaceptables» a sabiendas. Presuntamente, estas prácticas provocaron unas 3.000 muertes y más de 30.000 infecciones con VIH y hepatitis C.

Así se desprende de las pesquisas realizadas por el antiguo juez Brian Langstaff, cuyos resultados ha recogido el informe publicado por Infected Blood Inquiry el pasado lunes. Entre algunas de las conclusiones más dolorosas del documento se encuentra el hecho de que estas infecciones y muertes «no fueron un accidente» y que «podrían haberse evitado mayoritariamente». Y es que, se afirma, las autoridades sanitarias tenían conocimiento de la situación, y emplearon a sabiendas un suministro importado de Estados Unidos y procedente de grupos de riesgo (trabajadores y trabajadoras sexuales, personas con problemas de drogadicción o población penitenciaria; personas en situación de vulnerabilidad que recibían una compensación económica por su sangre) sobre el que no se practicaron los análisis de control de rigor.

De hecho, y de nuevo según el documento, la sangre contaminada con hepatitis C siguió empleándose hasta 1991, dos años después de la identificación formal del virus.

Los riesgos, muy bajos en condiciones normales

Como recuerda la prestigiosa Clínica Mayo (Estados Unidos),

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