Maribel salía todas las tardes a dar un paseo, se sentaba en un banco del madrileño Paseo de las Delicias y se ponía a hacer crucigramas. Allí charlaba con la gente que se sentaba junto a ella o saludaba a sus conocidos después de seis décadas viviendo en el mismo barrio del sur de la capital. Entonces llegó la pandemia.
“Ya ni me reconozco a mí misma”, admite esta mujer de 87 años, que pasó el confinamiento sola, sin apenas poder ver a sus hijos y nietos, y ha mantenido todas las precauciones para evitar el contagio desde entonces. “Yo antes estaba siempre alegre y cantando y ahora estoy que no me apetece hacer nada”, declara.
“Las personas mayores que viven solas, durante mucho tiempo no han tenido los apoyos que previamente tenían y han estado muy aisladas en lo que se refiere a la red social”, señala la doctora Carmen Moreno, psicóloga del hospital Gregorio Marañón de Madrid. “Es una situación que sabemos que predispone a los problemas de salud mental y a eso hay que unirle el miedo y el saberse vulnerable”.
El caso de Maribel es solo uno más en un país en el que, según la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), publicada el pasado jueves,