Cuando el frío aprieta, los vasos sanguíneos más superficiales de la piel y las extremidades, fundamentalmente de pies y manos, se estrechan provocando lo que se denomina vasoconstricción. Este fenómeno tiene por objeto evitar que se pierda el calor. Sin embargo, este estrechamiento de los vasos crea una mayor presión en el resto del aparato circulatorio, que provoca que el corazón tenga que trabajar más para bombear la sangre a todo el cuerpo.

Con este trabajo extra del corazón se aumentan tanto la presión arterial como la frecuencia cardíaca. El frío extremo también puede causar que la sangre se espese y sea más propensa a la producción de coágulos y, por lo tanto, aumenta el riesgo de sufrir un ataque cardiaco o un derrame cerebral. Aunque tener las manos y los pies fríos en invierno es relativamente normal, si esta situación persiste podría estar ocultando una enfermedad de base.

El sistema de regulación térmica del cuerpo humano

Nuestro organismo es una máquina perfecta que funciona según las circunstancias, para compensar determinadas carencias. Por ejemplo, cuando las temperaturas exteriores son muy bajas, el cuerpo prioriza el envío de sangre a los órganos que son vitales para su funcionamiento como por ejemplo el corazón o los pulmones.

Por lo tanto,

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