Las fantasías sexuales son una parte integral de la sexualidad humana y, habitualmente, son una gran fuente de placer y disfrute. Sin embargo, para algunas personas pueden, a veces, volverse extrañas, invasivas e incluso generar malestar genuino.

Lo primero que hay que tener en cuenta es que fantasear es completamente normal, forma parte de una sexualidad madura y sana y no hay nada de malo ni preocupante en ello por sí solo. Además, es normal que el contenido de nuestras fantasías no coincida siempre con el de nuestros deseos conscientes. Por ejemplo, es común fantasear con personas de nuestro entorno con las que no necesariamente desearíamos mantener relaciones sexuales en la vida real, o con cometer infidelidades (en el caso de las personas que tienen pareja) a pesar de que realmente no querríamos hacer tal cosa.

De hecho, dos de las características claves de las fantasías es que son privadas y ficticias. Por una parte, podemos elegir no compartirlas con nadie, y quedárnoslas para nosotros. Por otra, no tienen consecuencias en el mundo real, y escoger entre tratar de hacerlas realidad o reservarlas para el mundo imaginario es una tarea de cada uno.

Cuando las fantasías generan malestar, suele ser porque entran en conflicto o bien con nuestra moral aprendida o bien con la realidad.

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