En países mediterráneos como España el aperitivo es difícilmente imaginable sin el acompañamiento de encurtidos. Aceitunas y pepinillos suelen ser los habituales pero no hay que olvidarse de la gilda vasca, donde están acompañados de conservas de pescado, normalmente anchoa. Una ingesta puntual y esporádica es saludable pero deja de serlo si se convierte en una presencia habitual en la dieta: su alto contenido en sal pondrá en riesgo la función renal.

Un consumo de sal excesivo es inversamente proporcional al buen funcionamiento del sistema cardiovascular, función prioritaria que está muy unida a la función renal. La hipertensión arterial es, a día de hoy, una de las patologías como más prevalencia en España y también a nivel internacional. Tanto es así que organismos como la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertan con frecuencia de unas tasas que no dejan de crecer exponencialmente debido a una dieta inadecuada.

Si alimentos como los encurtidos forman parte de nuestra dieta habitual, la presión arterial se verá irremediablemente afectada. Ese daño se traslada a los vasos sanguíneos de los riñones, causando alteraciones de diversos grados. La función renal consiste en eliminar desechos y exceso de líquido del cuerpo, y la sal interfiere provocando la dilatación de esos vasos y la consiguiente y dañina retención de líquidos.

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