Se ha dicho por activa y por pasiva, y los científicos llevan décadas advirtiendo sobre ello. Sin embargo, el papel social y gastronómico que el alcohol juega en la cultura occidental y en España, directamente relacionado con los inmensos intereses económicos que hay detrás perpetúan el mito de que el consumo moderado de alcohol no es dañino.
Hoy sabemos que el consumo de alcohol llega a «debilitar el corazón y producir una enfermedad denominada miocardiopatía dilatada», como confirma la Fundación Española del Corazón. También tenemos pruebas de que hasta las cantidades bajas se asocian con un mayor riesgo de varios cánceres, como los que afectan al tracto digestivo (así lo constata, por ejemplo, un trabajo publicado en eGastroenterology ). Y entidades como la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos relacionan de manera clara el hábito con la enfermedad del hígado graso, que afecta a un 25% de la población y puede progresar hasta condiciones graves como la fibrosis o la cirrosis.
A todo ello tenemos que sumarle un buen número de investigaciones que han encontrado que el consumo de alcohol en cualquier cantidad daña de diferentes formas nuestro cerebro, llegando a causar problemas como pérdidas de memoria, ictus o declive cognitivo.
La controversia del consumo moderado
Hay que decir que los efectos de las cantidades bajas de alcohol o el consumo ocasional en la salud del cerebro no siempre han estado tan claros.