Cuando hace ya dos décadas, en el año 2002, el petrolero Prestige se hundió en las aguas gallegas y liberó al océano su carga de fueloil, se desató el que ha sido probablemente el mayor desastre medioambiental de la historia española. La sociedad entera se volcó en solidaridad con las áreas, ecosistemas y personas afectadas, con una importante cifra de voluntarios limpiando chapapote de las costas dañadas.
Así, tanto trabajadores como voluntarios se expusieron entonces a sustancias contaminantes y tóxicas, que de la misma manera que dañan a la flora y la fauna, pueden tener efectos negativos en la salud de las personas.
Un problema poco estudiado
Curiosamente, sin embargo, este fue un aspecto que no se tuvo demasiado en cuenta inicialmente y que en las dos décadas que han transcurrido desde el incidente se ha investigado de forma bastante limitada.
Así lo denuncia uno de los pocos trabajos científicos al respecto, publicado en el año 2008 por investigadores de las universidades de Vigo y A Coruña en el medio académico Environmental Health Insights, en el que los autores lamentan que «teniendo en cuenta el número consistentemente grande de individuos expuestos al petróleo en todo el mundo, resulta sorprendente la ausencia en la literatura de estudios enfocados en los efectos crónicos de esta exposición en la salud humana […] Además,