Los seres humanos somos mamíferos sociales por naturaleza y necesitamos el contacto físico con otras personas. No obstante, debido a las restricciones sanitarias por la pandemia del coronavirus, la forma de relacionarnos ha cambiado drásticamente y se han recudido los abrazos, los besos e incluso los apretones de manos.
Todo ello tiene consecuencias directas en nuestro bienestar emocional, sobre todo tras haber estado varias semanas en confinamiento domiciliario. Ahora, a menos de una semana de que comiencen las navidades, las familias esperan con ganas poder reunirse, en un contexto marcado por un incremento de la tasa de incidencia. Por tanto, hay que seguir extremando las medidas de precaución.
Debido a la falta de estos contactos físicos, se ha disparado un fenómeno que los expertos en psicología denominan como hambre de piel y que responde, principalmente, a la necesidad que tenemos de socialización.
El tacto es uno de los primeros sentidos que desarrollamos al nacer. Un sentido primitivo que comienza cuando se coloca al bebé recién nacido sobre su madre creando el contacto piel con piel.
Como explica en un artículo la psicóloga clínica, María Fernández de la Riva Gozálvez, los estudios han demostrado que existen importantes beneficios para la salud gracias al contacto físico.